Fernando Jeréz
La abertura absoluta de la vida, siempre total, completa y compleja como un puro flujo de conciencia a-subjetiva, siempre irreductible por su misma totalidad es el mundo. Este mundo al que somos arrojados como creaturas indefensas para la vida; para poder vivir solos y subsistir por nosotros mismos, nos hace necesario inevitablemente siempre alguien más. Incluso para pesar ¿podríamos decir algo sin alguien más? ¿podríamos incluso pensar sin alguien más? Es indudablemente imposible… para todo necesitamos lenguaje y no seria nada el lenguaje sin alguien más con quién lo co-construyéramos.
Al igual que las estrellas en el cielo nuestro ser es siempre único. Es una palpitante luz que brilla e ilumina con poderosa intensidad a millones de seres sensibles a su luz y que se comunican con ella emitiendo su propio destello de energía aun en el silencio y la obscuridad más absoluta.
Como luces que se encuentran dispersas en la inmensidad del cosmos formamos constelaciones con las estrellas con las que nos comunicamos. Nuestra luz y su luz se tocan formando figuras, sistemas de estrellas; luces, colores, formas, substancias distintas que se conjugan para formar algo distinto, algo nuevo y único formado únicamente por la magia que se produce en la conjunción de seres absolutos.
Hay algunas estrellas que su naturaleza consiste en devorar a otras estrellas, tragarse su luz, consumirlas, devorarlas; descomponerlas. Estos “agujeros negros” a pesar de su inmenso poder son imperceptibles, no podemos verlos. No son. Solo sabemos de su existencia a partir del efecto visual que genera la curva de la luz que devora su poderosa energía. Como algo que se encorva sobre si mismo y desaparece, como una nada que se deja ver en su capacidad de afectar. ¿Cómo sabríamos de la luz, sino hubiera que iluminar? Solo sabemos que hay porque hay y no solo no hay, porque sino hubiera simplemente no hubiera cosa posible. Lo posible se da en lo que esta, en lo que es, en la infinita capacidad de conjunción de lo que se da.
¿Desaparecer sobre nosotros mismos o brillar con los otros, formar constelaciones? La luz es simplemente luz, el brillo es simplemente brillo. No es más que el efecto visual que se general con la energía que consume un algo en su existir, cuya energía brota de sí mismo; como una hermosa flor que florece de un simple y minúsculo botón verde. El tiempo en el que ese destello se mantenga, el tiempo en el que esa energía siga fluyendo hasta que inevitablemente se desvanezca y se haga uno con la inmensidad de la obscuridad absoluta de la nada carece de importancia. Lo importante es que brilla, que esa energía esta y fluye y hace algo.
¿Que importancia tiene esto? Una estrella no es mas que una estrella, infinita e inalcanzable, a miles de millones de kilómetros de distancia unas de otras. No podemos captar la totalidad de una estrella, simplemente captamos su destello luz y por eso la definimos.
Cada ser es una estrella, que como tal, solo captamos un ápice de su inmensa complejidad: su luz, sentimos su calor, vemos las plantas crecer gracias a la energía que irradia, pero no se reduce ni se limita ya sea a su luz, a su calor o a su energía. Erróneamente hemos confundido la estrella con su luz o su energía.
Captamos algo de ellas, formamos conceptos, juicios, le damos rostros humanos, las formamos en constelaciones con nuestra creatividad y nuestra necesidad de hacer inteligible ese algo que nos invita a conocerle. Con el tiempo nos olvidamos de su ser, quedándonos con las abstracciones que hacemos de ellas, nos quedamos con el ente y olvidamos que detrás del ente esta la totalidad de la existencia, del ser como absoluto irreductible.
En nuestro caso, como seres humanos tendemos a la misma reducción cuando se refiere a las demás personas. Constantemente nos damos un rostro fijo, un punto anclado a una propiedad que consideramos la fundamental, olvidando nuestro ser. Se nos olvida que somos más que energía pura, que luz pura, que iluminación y luminosidad, somos incluso más que la suma de nuestras propiedades o de los efectos que nuestras propiedades generan sobre los otros seres.
¿Acaso no es la historia el imponerse del ser? ¿Del ser que se reivindica a si mismo sobre las reducciones que hacemos y que congelamos en las ideas, en los conceptos y en el tiempo?. La forma en la que la dignidad de la vida se reivindica siempre como absoluta irreductible y nos demuestra nuestra ilimitada capacidad para aprehenderla dándole a nuestra razón una profunda lección de humildad.
Siempre en la historia hay unos mas atentos que otros, que comprenden mas rápidamente que otros esa lección. Pero fácil es confundirse y reducir el sol a su calor, fácil es olvidarse que más allá del calor hay una estrella inmensamente compleja que desborda todo concepto y categoría
.
Todo manifestarse esconde un infinito, una magia que nos llama y nos pone a prueba y nos desafía constantemente. Como pescadores desesperados y hambrientos que metidos en un rio inmóviles con las manos sumergidas en el agua, esperando que la corriente haga que un pez caiga en nuestras manos y cuando este finalmente cae las cerramos con fuerza y cuando creemos que lo tenemos en ese preciso momento se nos escapa, de la misma forma el ser se nos escapa cuando lo eclipsamos con algo que es.
Si algo hemos de aprender del mundo, del sol, las estrellas o los peces del mar es que nunca habrá algo que capture su totalidad. No habría más historia, si llegara esto a suceder. No habría creatividad y si para algo sirve el sol, más que para darnos luz y calor es para que darnos cuenta que, de la misma forma, nuestra razón es tan pequeña con respecto a nosotros mismos, como lo es el minúsculo destello de luz que alcanzamos a ver de una estrella con respecto a la estrella misma.
Como decían los niños antes, "¡úlugrun!"... Buen texto; no sólo evocativo sino también provocativo de comprensiones esenciales. Destaco dos, de las varias posibles.
ResponderEliminar1. La primera creo que se pasa de largo muy fácil: "La abertura absoluta de la vida, siempre total, completa y compleja como un puro flujo de conciencia a-subjetiva, siempre irreductible por su misma totalidad es el mundo". Buena definición esencial de la mundanidad (= carácter de mundo o ser) del mundo. En efecto, éste es apertura sida, vivida, viviente (como en la expresión de Gallo: experiencia viviente) y en flujo (que Hd llamará "devenir"). En efecto también, se nombra aquí una realidad a-subjetiva, si con "subjetivo" nombramos el sujeto egóico autoconsciente, imposiblemente lleno de sí mismo... La apertura que somos no es ni en primer lugar ni nunca sólo llenura sino condición de posibilidad del aparecerse de los seres y su ser. Típicamente, dicho sea de paso, la metáfora a la que se acude es a la de la luz, y por encima de todas, la luz del sol --tropología heliocéntrica de larguísima data (un hito importante es el mito platónico de la caverna). Buen chico del siglo xx-xxi, vos relativizás: hay muchas estrellas; algunas son negras...
2. "¿Acaso no es la historia el imponerse del ser?": Pregunta aparentemente retórica (entonces, tal vez, retórica al cuadrado, jeje) que nombra algo que Hd desarrolla en otras partes. Por ahora basta, me parece, el esfuerzo (no menor, para nada) de no comprender esto hipostáticamente --es decir, considerando al ser que se impone como un ser más o su ser. ¿Tal vez hay que deshacerse de la palabra "ser" en referencia a eso que se impone en la historia (¿es una, por cierto?) y marca sus épocas? ¿Con qué término sustituirla, a partir de cuál comprensión?...
Me dieron ganas de ser astronomo por un ratito... sabrosa tu escritura.
ResponderEliminarLos libros de texto resumen el movimiento de los astros en tres leyes de Kepler (de las cuales se dedujeron las leyes de Newton posteriormente y con las cuales se encontraron las excepciones de esas leyes con Einstein):
* Primera ley (1609): todos los planetas se desplazan alrededor del Sol siguiendo órbitas elípticas. El Sol está en uno de los focos de la elipse.
* Segunda ley (1609): el radio vector que une un planeta y el Sol barre áreas iguales en tiempos iguales.
ley de las áreas es equivalente a la constancia del momento angular, es decir, cuando el planeta está más alejado del Sol (afelio) su velocidad es menor que cuando está más cercano al Sol (perihelio). En el afelio y en el perihelio, el momento angular L es el producto de la masa del planeta, su velocidad y su distancia al centro del Sol.
* Tercera ley (1618): para cualquier planeta, el cuadrado de su período orbital es directamente proporcional al cubo de la longitud del semieje mayor a de su órbita elíptica.
(Wikipedia)
Los astronomos insisten en mencionar estas leyes en sus clases introductorias y lo hacen por razones extra curriculares: se sorprenden de la elegancia y simplicidad con que encapsulan todo movimiento en la totalidad del universo. Lo que hay que entender aqui es que lo que llevo a ese descubrimiento fue precisamente esa ansia de elegancia. “Verdad”, “Ley comprobable” surge entonces de un anhelo casi estético. El concepto, las leyes que quedan solo vuelven a interesar, al menos para el científico honesto, cuando se refutan. Las leyes solo corresponden verdaderamente a la “realidad” cuando asombran.
Heidegger entiende que a todo “conocimiento proposicional”, “conceptual” corresponde un estado de animo. Hay un secreto que todo buen poeta guarda como tesoro: la forma en que nos acercamos a un objeto determina lo que ese objeto estará dispuesto a revelar. Rilke insiste de que la única forma de entender a un ente es tratarlo con una ternura absoluta, dedicarle el corazon entero, como si fuese lo único que existe. Los objetos vibran, estallan desde su silencio a una intensidad directamente proporcional a nuestra disposición a abrirnos hacia ellos, a dejarlos ser.
Tenes razón en hablar de humildad. Hay que ser fuertes para mantenernos en el pregunta y resister la tentación de cerrarnos al concepto. LO UNICO QUE PERMITE VIVIR VERDADERAMENTE ES EL MISTERIO, pero para ello hay que vivir con huevos, hay que vivir con la humildad que requiere el asombro perpetuo: el niño que juega con toda la seriedad del mundo. Solo asi el diagrama que ejemplifica las tres leyes de Kepler se convierte en pieza de arte: