jueves, 16 de junio de 2011

LA MUERTE

Gustavo Yela

Cuando estamos al borde de la muerte, según diferentes testimonios, nos cuentan que como en una instantánea, se nos da una panorámica de toda la vida, como si fuese ese momento el privilegiado para revelarnos el sentido de la vida y/o de  la muerte.

En  el decir común se afirma que lo único que no tiene solución es la muerte, porque la muerte no es un problema es un misterio.  Todas las culturas han ido tejiendo rituales y ceremonias especiales para encontrarle sentido a  ese  misterio profundo, a esa realidad tan cercana pero tan desconocida.

Son las religiones las que con mayor esmero le han dado significado trascendental a la muerte.

Mientras tanto el ser humano de manera experiencial, fáctica, e inmediata  se encuentra irremediablemente a cada paso con la muerte.

Me parece que en las reflexiones de Heidegger la muerte también tiene un papel central;  revisemos algunos conceptos, por ejemplo:  la muerte se revela como la posibilidad más propia porque es única e intransferible, incluso en el caso de que alguien dé  la vida por otro  – como en el caso de Maximiliano Kolbe-  lo que hace es prolongarle la vida a ese beneficiado con el acto de heroísmo, pero la muerte tarde o temprano a todos nos toca y nos toca en lo más profundo e íntimo de nuestra personalidad, porque a cada uno nos corresponde ser los protagonistas titulares de nuestra propia muerte.

El Dasein –nos dice Heidegger- existe como un arrojado que está vuelto hacia su fin.   Y ese estar conscientes de que tenemos fecha de caducidad nos impulsa a realizar todo lo que hacemos, porque si no tuviéramos ese límite final y definitivo, tendríamos a nuestra disposición el tiempo de la eternidad y eso le robaría el sentido a la vida, por lo menos a esta vida que como seres humanos mortales tenemos.

Sin embargo  y a pesar de que la muerte es algo tan natural y hasta familiar –y más en nuestro  país que se dan 19 muertes diarias- la muerte siempre representa miedo y angustia ante lo desconocido; por eso, el uno justifica y acrecienta la tentación de encubrir esa realidad que significa el final de cada persona.

El uno procura una permanente tranquilización respecto de la muerte.  El uno  no tolera el coraje para la angustia ante la muerte y es donde se cultiva una tal superior indiferencia que enajena al Dasein de su más propio poder ser.

La cotidianidad nos absorbe para caer en la tranquilización y alienación  y esto significa una huida cadente ante la muerte.

La cotidianidad se queda en un ambiguo  reconocimiento de la certeza de la muerte para hacerse más llevadero el estar arrojado en la muerte.   Es un esquivamiento cotidiano y cadente de la muerte pero para Heidegger es un impropio ante la realidad de la muerte.   Porque la muerte es la posibilidad más propia del Dasein; es su más propio poder-ser en donde su ser está puesto radicalmente en juego.

La realidad final de la muerte nos permite ir construyendo nuestro propio camino hacia la autenticidad para llegar a ser uno mismo.

Sin embargo, la vida es una lucha permanente contra la muerte, desde que nacemos nos acompaña la sombra de la muerte; aunque Epicuro nos alienta ante el temor a la muerte y nos dice que mientras estamos nosotros, no está la muerte, cuando llega la muerte, dejamos de estar nosotros.  Otro autor… nos dice también que por qué preocuparse por el tiempo que ya no estaremos, esto es tan caprichoso como preocuparse por el tiempo que no estuvimos en esta vida.

La muerte, pues, es lo más original que puedo hacer en la vida, es algo que sólo yo puedo hacer a mí mismo.  La muerte reivindica al Dasein en su singularidad.   Nadie puede tomarle al otro su morir, el morir debe asumirlo cada Dasein  por sí mismo.

Por otra parte la muerte también es la actividad final más democrática de cada persona, porque ahí vamos todos por igual, los poderosos y los sencillos.

El hecho de que muchos no quieren saber nada de la muerte es una prueba de que el Dasein trata de huir de ella y en esa huida el Dasein absorbido en el uno, esta vuelto hacia la muerte, aunque no esté pensando expresamente en ella.

La muerte, pues, es una oportunidad para ser nosotros mismos, con propiedad, cuando la asumimos y la esperamos; Francisco de Asís la llamó “hermana muerte” y pidió que lo enterraran en contacto directo con  la tierra.   La madurez, la propiedad y la autenticidad     –me parece- pueden irse alcanzando gradualmente para que llegado el  momento de la muerte, podamos asumirla con serenidad y naturalidad.   La reflexión sobre la muerte puede convertirse en una motivación para la vida. 

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