miércoles, 23 de febrero de 2011

Transicion entre el discurso y la Introduccion

De la Nada al Ser

En su discurso sobre la pregunta de la metafísica, Heidegger encuentra acceso al todo como aquello que se revela en la nada, que a su vez se muestra en la angustia. Hasta ahí, la metafísica todavía se toma en relación al ente, pero el resultado del cuestionamiento arroja una preguntas desde la cual lo muestra bajo una nueva luz ¿Por qué el ente y no más bien la nada? El ente por sí mismo no puede servir de respuesta satisfactoria. Como he comentado antes, se puede llegar a concluir que la nada es más probable, más lógica, más entera incluso desde una perspectiva teológica (dios y la nada comparten más en común que dios y el todo, y conste que no es una afirmación desde el ateísmo). Visto incluso a nivel conceptual, la nada parece contener más de originario que el todo (primero la nada, después el todo). Así, la pregunta apunta hacia otro lado precisamente en lo desconcertante de lo contingente e innecesario que se muestre el todo comprendido como entidades.

¿Por qué el ente y no más bien la nada? La respuesta que da Heidegger parecerá tautológica: porque las cosas son. Lo que rescata al ente del abismo que es la nada es el hecho mismo de su existencia. La respuesta no es tautológica porque en ella se revela la naturaleza ontológica de las cosas: el ser como impulso vital. Los entes existen por y con la fuerza de su existencia. El ser se revela gracias a su aparición como ente. El principio es dinámico, eternamente, y corresponde a un misterio. Como se abran dado cuenta, me es imposible entenderlo plenamente sin una articulación poética, en este caso, en voz de un poeta que el mismo Heidegger tuvo muy cerca:

¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel [2]
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio del terror, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue.

La belleza no es nada sino el principio del terror… de contemplación a angustia, hacia el peso de todo, un peso avasallador que destruye. En el espacio entre la nada y las entidades en su totalidad se encuentra la gravedad que jala el peso de todo: ser. No nos sentimos muy seguros en casa, dentro del mundo interpretado, porque hasta ahora es un mundo de entes, apenas. Que permanece? o tal vez la pregunta no es de permanecer, sino ¿que no deja de mostrarse en entidad? (Nos queda quizá, la demorada lealtad de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció, y no se fue.)

Metafisica según Heidegger: un caso de filosofía de proceso

La pregunta sobre la metafísica entonces se vuelve una pregunta sobre el ser de los entes en Introducción. Anteriormente habíamos visto que la pregunta sobre el tiempo nos llevaba al ser humano, por lo que no es de extrañar que Heidegger se volcara a lo que parece ser una ontología, desde la metafísica. En el discurso inaugural concluye con la pregunta sobre la nada. En Introducción inicia con ella. A partir de allí, la pregunta sobre el ser para explicar a los entes en su totalidad y desde la nada sirve de eje en el cuestionar metafísico.

Este es un movimiento poco visto en la filosofía, pero a nivel conceptual, tiene su tradición. Como está claro que mucho del discutir sobre Heidegger es entenderlo, cualquier marco conceptual que se le acerque (aunque él lo rechace) puede ayudar. En este caso ofrezco uno que pertenece propiamente a la historia de la filosofía y que ha servido para clasificar a grandes rasgos a ciertas ideas sobre metafísica.

Platón le otorga plenitud ontológica a aquello que no cambia, lo que esta fuera del tiempo. Por supuesto que con él, la realidad “verdadera” es ideal, pero también se puede tomar a los entes particulares en momentos particulares como base de metafísicas que subordinan al dinamismo. La filosofía de proceso, en cambio, le otorga centralidad al factor dinámico. La realidad metafísica en ella esta identificada con el cambio. La oposición central en ambas perspectivas es entre los entes y los procesos. Por supuesto que estos constituyen únicamente los polos, y las metafísicas en la historia de la filosofía por lo general muestran únicamente acentuaciones en uno de ellos.

Lo que está claro, sin embargo es el hecho de que desde esta oposición, una explicación metafísica de la realidad seria incompleta sin la consideración de los procesos dinámicos que en ella se observan. Esto se enfatiza a partir de teorías evolutivas y de la hegemonía de las ciencias naturales. Hablar de esencias como base de la realidad parece inútil al considerar la naturaleza de los átomos, el principio de incertidumbre, y la física cuántica.

Tomar la metafísica de Heidegger como un caso de filosofía de proceso, sin embargo, parecería erróneo considerando su simpátia con filósofos presocráticos algunos de los cuales de cierta forma inauguraron la metafísica que la da prioridad a los entes y a las substancias por sobre los procesos. Aun mas importante, pareceria que el ser del que tanto habla Heidegger tiene mucho de consideraciones esenciales.

Heidegger se le puede tomar como proponente de una metafísica de proceso en cuanto a su insistencia en la centralidad del ser para investigar la naturaleza de todo lo que existe. Como hemos visto, Heidegger observa que el preguntar metafísico debe dirigirse a un preguntar ontológico. En cierta medida sus observaciones pueden tomarse como filosofía de proceso porque se opone a la idea de que las entidades en su conjunto poseen la clave para lo que se debe tomar por realidad. El proceso del que habla Heidegger no es a nivel de cambio de las entidades, sino el subyacente en el hecho de su existencia. Las cosas son, y su ser se cristaliza en ente. Es ese movimiento en el que las cosas se dan para presentarse como entes al que debemos considerar proceso si queremos categorizar a Heidegger como filosofo del cambio.

Por último, Las implicaciones van más allá de la metafísica, y corresponden con las implicaciones de toda aquella filosofía de proceso. Tal vez mas la más importante es aquella relacionada con aspectos del conocimiento y la noción de verdad. Intuitivamente se entiende que lo que conocemos puede ser considerado verdadero únicamente si corresponde con la realidad última. Si la realidad ultima se identifica con procesos y cambio en contra de entes y sustancias, la verdad deberá articularse de tal forma que corresponda a esos procesos y a esos cambios. En Heidegger, esto no deja de ser cierto. Pero gracias a que su filosofía de proceso se basa en la idea de que el ser de los entes se muestra y depende estrechamente de los entes mismos para mostrarse, la vedad en Heidegger adquiere naturaleza de revelación: verdad como “desocultamiento del ser de los entes”

-frodo

lunes, 21 de febrero de 2011

“¿Qué es metafísica?” (esquema AD)

(Conferencia en Friburgo, 1929)


ESQUEMA (base: T. Sheehan)
0.       Introducción
1.       Despliegue de una cuestión metafísica: ¿qué pasa con la nada?
a.       El carácter doble del cuestionar metafísico
                                                   i.      Abarca y es toda la problemática de la metafísica
                                                 ii.      Cuestiona a quien cuestiona en su  situación esencial
b.       La estructura triple del cuestionar científico
                                                   i.      Relación con el mundo (= lo que y cómo es/existe)
                                                 ii.      Sumisión ante sus objetos para que aparezcan como son
                                               iii.      Irrupción en el todo de lo que es para que el qué y cómo de los seres quede abierto
c.        La relación ambivalente de la ciencia con la nada: no quiere saber nada de ella…
2.       Elaboración de la cuestión
a.       Una formulación inadecuada: «¿qué es la nada?» —«la nada es…»
b.       Una aproximación inadecuada: la lógica, la razón y las proposiciones negativas
                                                   i.      La lógica (principio de no contradicción) parece desvanecer la pregunta.
                                                 ii.      Tesis: la nada es más originaria que la negación y su «no es».
                                               iii.      Otro intento que falla: (1) imaginar el todo, (2) negarlo, (3) pensar 2
                                               iv.      Conclusión: la cuestión parece disolverse —busquemos una experiencia
c.        Otra aproximación inadecuada: estados de ánimo ordinarios (tedio, amor)
                                                   i.      Experimentar el todo en el tedio
                                                 ii.      Tales estados anímicos revelan el todo, pero velan la nada
d.       Una aproximación adecuada: experimentar la nada en la angustia
                                                   i.      La angustia en contraste con el miedo
                                                 ii.      El todo retrocede, la nada se revela al puro existir.
3.       Respuesta a la cuestión
a.       Prerrequisito: mantenernos (dejarnos transformar) en el puro existir
b.       Lo que la nada no es
                                                   i.      Una entidad --«a una» con el todo
                                                 ii.      Aniquilación –la nada no es lo que queda
                                               iii.      Negación –operación mental
c.        Lo que hace la nada (anonada, «nadifica»; la inmersión / el sostenerse en la nada)
                                                   i.      Relega, en la calma del asombro, la apertura a lo que es.
                                                 ii.      Revela que las cosas son.
                                               iii.      Opera la trascendencia (más allá de lo que es), el ser (relación) sí mismo y la libertad
                                               iv.      Conclusión:  La nada (1) ≠ un ser, (2)  no aparece x sí misma, (3) no es un añadido a lo que es; (4) hace posible el manifestarse de lo que es como tal, (5) es esencial en el emerger de los seres.
d.       Una objeción y una respuesta
                                                   i.      La conciencia de la angustia es rara en la cotidianidad por la absorción en lo que es.
                                                 ii.      La nada hace posible la negación, que no es la experiencia más originaria de la nada.
1.       Otros comportamientos anonadantes: cruel hostilidad, odio implacable, fracaso doloroso, prohibición inclemente; el peor: la privación amarga.
                                               iii.      La angustia permanece durmiente, pero puede despertarse en cualquier momento.
e.        La metafísica y la cuestión de la nada
                                                   i.      Recuento de la metafísica: Grecia: ex nihilo nihil fit; cristianismo: ex nihilo fit ens creatum; Hegel: puro ser = pura nada
                                                 ii.      Cuestionando a quien cuestiona
1.       La nada «da» el ser: ex nihilo omne ens qua ens fit.
2.       La nada cuestiona al científico y le provee la posibilidad de comprenderse.
3.       De la nada a la ciencia
4.       Conclusión: ir más allá de lo que es (meta-física, filosofar) pertenece a esencia misma del sh.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Comentarios a esta introducción (el Dasein, el tiempo, la nada)

Esta lectura me lleva al problema del habla, que si bien viene después, es ahora el que me encara. Me hago la pregunta por el tema del Dasein, cuyo carácter interrogante es hasta cierto punto problematizado por el tiempo y la nada; al fin y al cabo éstas las ‘visualizo’-“hincan el diente”- cuando me hago las preguntas por el ser, el que no aparece si no lo recubro de ‘tiempo´ y de ‘nada´. Lo que me impulsa en tal dirección es que sin este inquirir, el que es a la vez un desistir por el ente por el que problematizo –me pongo en cuestión– como hablante.
Tanto la una como el otro (la nada, el ser) no se pueden formular si no es en mi lenguaje, el de mi existencia (Dasein). Por eso creo que para reflexionar sobre esto no se logra sin acceder a la formulación del habla, en la que ‘el uno se lanza’, cuando prescinde de sí, y en la que uno se halla en lo vacíos del habla.
Puesto que la pregunta por la nada me lleva desde la ‘frase hecha’ de que la “nada nadea” o anonada, a lo que es inevitable (ontológicamente hablando) que la misma inquiera por un desistir, el que leo como que la nada me hace desaparecer de todo, excepto de la propia angustia, la que se recubre en la pregunta por el ser, y que la misma se extiende (inquirir, desistir) en la inclusión del habla que me hace ser.

"Terror" de Vladimir Nabokov y el tema de la angustia

Doce años antes que la Nausea, y menos conocida, la historia corta titulada Terror, escrita por Vladimir Nabokov toma directamente el asunto de la angustia. A continuacion, algunos pasajes traducidas a ingles. (No encontre el texto completo en internet, pero para el que lo quiera, lo tengo en la coleccion completa de historias Vladimir Nabokov, precioso libro):

In the afterword to his collection ‘Tyrants Destroyed’, Nabokov writes of his story ‘Terror’: “It preceded Sartre’s La Nausee, with which it shares certain shades of thought, and none of that novel’s fatal defects, by at least a dozen years.”

Anyway, here’s a passage from ‘Terror’. The narrator, the usual chilly Nabokovian writer, is visiting a strange city when he experiences a feeling of ‘supreme terror’. He finds himself unable to express it using the normal resources of his art. “I wish the part of my story to which I am coming now could be set in italics; no, not even italics would do: I need some new, unique kind of type.” But then he says that he believes he has found the right words. “When I came out on the street, I suddenly saw the world such as it really is. You see, we find comfort in telling ourselves that the world could not exist without us, that it exists only inasmuch as we ourselves exist, inasmuch as we can represent it to ourselves… Well – on that terrible day when, devastated by a sleepless night, I stepped out into the center of an incidental city, and saw houses, trees, automobiles, people, my mind abruptly refused to accept them as ‘houses,’ ‘trees,’ and so forth… My line of communication with the world snapped”. Significantly, Nabokov’s narrator compares this with the sensation one experiences “after one has repeated sufficiently long the commonest word without heeding its meaning: house, howss, whowss. It was the same with trees, the same with people.”

“I understood the horror of a human face. Anatomy, sexual distinctions, the notion of ‘legs,’ ‘arms,’ ‘clothes’ – all that was abolished, and there remained in front of me a mere something – not even a creature, for that too is a human concept, but merely something moving past. In vain did I try to master my terror by recalling how once in my childhood, on waking up, I raised my still sleepy eyes while pressing the back of my neck to my low pillow and saw, leaning toward me over the bed head, an incomprehensible face, noseless, with a hussar’s black mustache just below its octopus eyes, and with teeth set in its forehead. I sat up with a shriek and immediately the mustache became eyebrows and the entire face was transformed into that of my mother, which I had glimpsed at first in an unwonted upside-down aspect.” (‘Terror’, in Nabokov, ‘Collected Stories’, p. 177)

martes, 8 de febrero de 2011

Wittgenstein y la angustia heideggeriana

Friedrich Waismann, Ludwig Wittgenstein y el círculo de Viena; México DF: FCE, 1973; págs. 61s:

"Lunes, 30 de diciembre de 1929 (con Schlick)


A Heidegger

Puedo muy bien imaginar qué quiere decir Heidegger con su ser y angustia.(17)  El hombre tiene la tendencia a correr contra las barreras del lenguaje.  Piensen por ejemplo en el asombro que causa saber que algo existe.  El asombro no se puede expresar en forma de pregunta, ni tampoco hay respuesta para él.  Cuanto podamos decir, podemos a priori considerarlo como sinsentido.  ...  Pero la tendencia, el correr contra, señala a algo.  Esto ya lo sabía San Agustín cuando decía: ¿Qué?, tú, alimaña inmunda, ¿no querías decir un disparate? ¡Pues dilo, no importa!"

"17. M. Heidegger, El ser y el tiempo, FCE, México DF, 1971, pág. 206: 'El "ante qué" de la angustia es el "ser en el mundo" en cuanto tal.  ¿Cómo se distingue fenomenológicamente aquello ante que se angustia la angustia, de aquello ante que se atemoriza el temor?  El "ante qué" de la angustia no es ningún ente intramundano...  el "ante qué" es el mundo como tal.'"

J.-P. Sartre, La naúsea

(Trad. A. Bernárdez; México DF: Época; págs. 105-112)

"No podía más. Ya no podía soportar que las cosas estuvieran tan cerca. Empujo la puerta de una verja, entro; existencias ligeras dan un salto y se encaraman en las cimas. Ahora me recobro, sé dónde estoy: estoy en el Jardín público. Me dejo caer en un banco entre los grandes troncos negros, entre las manos negras y nudosas que se tienden al cielo. Un árbol rasca la tierra bajo mis pies con una uña negra. Desearía tanto abandonarme, olvidarme, dormir. Pero no puedo, me sofoco: la existencia me penetra por todas partes, por los ojos, por la nariz, por la boca...
    Y de golpe, de un solo golpe el velo se desgarra, he comprendido, he visto.

Las seis de la tarde

No puedo decir que me sienta aligerado ni contento; al contrario, eso meaplasta. Sólo que alcancé mi objetivo: sé lo que quería saber; he comprendidotodo lo que me sucedió desde el mes de enero. La Náusea no me ha abandonado y no creo que me abandone tan pronto; pero ya no la soporto, ya no es una enfermedad ni un acceso pasajero: soy yo.
Bueno, hace un rato estaba yo en el Jardín público. La raíz del castaño sehundía en la tierra, justo debajo de mi banco. Yo ya no recordaba que era unaraíz. Las palabras se habían desvanecido, y con ellas la significación de las cosas, sus modos de empleo, las débiles marcas que los hombres han trazado en su superficie. Estaba sentado, un poco encorvado, baja la cabeza, solo frente a aquella masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me daba miedo. Y entonces tuve esa iluminación.
Me cortó el aliento. Jamás había presentido, antes de estos últimos días, lo que quería decir “existir”. Era como los demás, como los que se pasean a la orilla del mar con sus trajes de primavera. Decía como ellos: “el mares verde”, “aquel punto blanco, allá arriba, es una gaviota”, pero no sentía que aquello existía, que la gaviota era una “gaviota-existente”; de ordinario la existencia se oculta. Está ahí, alrededor de nosotros, en nosotros, ella es nosotros, no es posible decir dos palabras sin hablar de ella y, finalmente, queda intocada. Hay que convencerse de que, cuando creía pensar en ella, no pensaba en nada, tenía la cabeza vacía o más exactamente una palabra en la cabeza, la palabra “ser” O pensaba... ¿cómo decirlo? Pensaba la pertenencia, me decía que el mar pertenecía a la clase de los objetos verdes o que el verde formaba parte de las cualidades del mar. Aun mirando las cosas, estaba a cien leguas de pensar que existían: se me presentaban como un decorado. Las tomaba en mis manos, me servían como instrumentos, preveía sus resistencias. Pero todo esto pasaba en la superficie. Si me hubieran preguntado qué era la existencia, habría respondido de buena fe que no era nada, exactamente una forma vacía que se agrega a las cosas desde afuera, sin modificar su naturaleza. Y de golpe estaba allí, clara como el día: la existencia se descubrió de improviso. Había perdido su apariencia inofensiva de categoría abstracta; era la materia misma de las cosas, aquella raíz estaba amasada en existencia. O más bien la raíz, las verjas del jardín, el césped ralo, todo se había desvanecido; la diversidad de las cosas, su individualidad sólo eran una apariencia, un barniz. Ese barniz se había fundido, quedaban masas monstruosas y blandas, en desorden, desnudas, con una desnudez espantosa y obscena.
Me guardé de hacer el menor movimiento, pero no necesitaba moverme para ver, detrás do los árboles, las columnas azules y el candelabro del quiosco de música, y la Véleda en medio de un macizo de laureles. Todos esos objetos... ¿cómo decirlo? me incomodaban; yo hubiera deseado que existieran con menos fuerza, de una manera más seca, más abstracta, con más moderación. El castaño se apretaba contra mis ojos. Un moho verde lo cubría hasta media altura; la corteza, negra e hinchada, parecía cuero hervido. El ruidito de agua de la fuente Masqueret se deslizaba en mis oídos, anidaba allí, llenándolos de suspiros; colmaba mi nariz un olor verde y pútrido. Todas esas cosas se dejaban llevar, dulce, tiernamente, por la existencia, como esas mujeres cansadas que se abandonan a la risa y dicen: “Es bueno reír”, con voz húmeda; se desplegaban unas frente a otras, se confiaban abyectamente su existencia. Comprendí queno había término medio entre la inexistencia y esa abundancia en éxtasis. De existir, había que existir hasta eso, hasta el verdín, el abotagamiento, la obscenidad. En otro mundo, los círculos, los aires musicales guardan sus líneas puras y rígidas. Pero la existencia es una sumisión. Árboles, pilares azul nocturno, el estertor feliz de una fuente, olores vivientes, neblinas de calor suspendidas en el aire frío, un hombre pelirrojo digiriendo en un banco: todas estas somnolencias, todas estas digestiones tomadas en conjunto ofrecían un aspecto vagamente cómico. Cómico... no: no llegaban a eso, nada de lo que existe puede ser cómico; eran como una analogía flotante, casi inasible, con ciertas situaciones devaudeville. Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros: cada ano de otros. De más: fue la única relación que pude establecer entre los árboles, las verjas, los guijarros. En vano trataba decontar los castaños, desituarlos con respecto a la Véleda, de comparar su altura con la de los plátanos: cada uno de ellos huía a las relaciones en que intentaba encerrarlo, se aislaba, rebosaba. Yo sentía lo arbitrario de estas relaciones (que me obstinaba en mantener para retardar el derrumbe del mundo humano, de las medidas, de las cantidades, de las direcciones); ya no hacían mella en las cosas. De más el castaño, allá, frente a mí un poco a la izquierda. De más la Véleda...
Y yo—flojo, lánguido, obsceno, digiriendo, removiendo melancólicos pensamientos, también yo estaba de más. Afortunadamente no lo sentía, más bien lo comprendía, pero estaba incómodo porque me daba miedo sentirlo (todavía tengo miedo, miedo de que me atrape por la nuca y me levante como una ola). Soñaba vagamente en suprimirme, para destruir por lo menos una de esas existencias superfinas. Pero mi misma muerte habría estado de más. De más mi cadáver, mí sangre en esos guijarros, entre esas plantas, en el fondo de ese jardín sonriente. Y la carne carcomida hubiera estado de más en la tierra que la recibiese, mis huesos, al fin limpios, descortezados, aseados y netos como dientes, todavía hubieran estado de más; yo estaba de más para toda la eternidad.

   La palabra Absurdo nace ahora de mi pluma; hace un rato, en el jardín, no la encontré, pero tampoco la buscaba, no tenía necesidad de ella; pensaba sin palabras,en las cosas,con las cosas. El absurdo no era una idea en mi cabeza, ni un hálito de voz, sino aquella larga serpiente muerta a mis pies, aquella serpiente de madera. Serpiente o garra o raíz o garfas de buitre, poco importa. Y sin formular nada claramente, comprendía que había encontrado la clave de la Existencia, la clave de mis Náuseas, de mi propia vida. En realidad, todo lo que pude comprender después se reduce a este absurdo fundamental. Absurdo: una palabra más; me debato con palabras; allá tocaba la cosa. Pero quisiera fijar aquí el carácter absoluto de este absurdo. Un gesto, un acontecimiento en el pequeño mundo coloreado de los hombres nunca es absurdo sino relativamente: con respecto a las circunstancias que lo acompañan. Los discursos de un loco, por ejemplo, son absurdos con respecte a la situación en que se encuentra, pero no con respecto a su delirio. Pero yo, hace un rato, tuve la experiencia de lo absoluto: lo absoluto o lo absurdo. No había nada con respecto a lo cual aquella raíz no fuera absurda. ¡Oh! ¿Cómo podré fijar esto con palabras? Absurdo: con respecto a la grava, a las matas de césped amarillo, al barro seco, al árbol, al cielo, a los bancos verdes. Absurdo, irreductible; nada —ni siquiera un delirio profundo y secreto de la naturaleza— podía explicarlo. Evidentemente, no lo sabia todo; no había visto desarrollarse el germen ni crecer el árbol. Pero ante aquella gran pata rugosa, ni la ignorancia ni el saber tenían importancia; el mundo de las explicaciones y razones no es el de la existencia. Un círculo no es absurdo: se explica por la rotación de un segmento de recta en torno a uno de sus extremos. Pero además un círculo no existe. Aquella raíz, por el contrario, existía en la medida en que yo no podía explicarla. Nudosa, inerte, sin nombre, me fascinaba, me llenaba los ojos, me conducía sin cesar a su propia existencia. Era inútil que me repitiera: “Es una raíz”; ya no daba resultado. Bien veía que no era posible pasar de su función de raíz, de bomba aspirante, a eso a esa piel dura y compacta de foca, a ese aspecto aceitoso, calloso, obstinado. La función no explicaba nada; permitía comprender en conjunto lo que era una raíz, pero de ningún modoésa. Esa raíz, con su color, su forma, su movimiento detenido, estaba... por debajo de toda explicación. Cada una de sus cualidades se le escapaba un poco, fluía fuera de ella, se solidificaba a medias, se convertía casi en una cosa; cada una estaba de más en la raíz, y ahora tenía la impresión de que la cepa entera rodaba un poco fuera de mí misma, se negaba, se negaba, se perdía en un extraño exceso. Raspé con el tacón aquella garra negra; hubiera querido descortezarla un poco. Para nada, por desafío, para que apareciera en el cuero curtido el rosa absurdo de un rasguño; parajug ar con el absurdo del mundo. Pero cuando retiré el pie, vi que la corteza seguía negra.
   ¿Negra? Sentí que la palabra se desinflaba, se vaciaba de sentido con una rapidez extraordinaria. ¿Negra? La raíz noera negra, no era negro lo que había en ese trozo de madera, sino... otra cosa; el negro, como el círculo, no existía. Yo miraba la raíz: ¿era más que negra o más o menos negra? Pero pronto dejé de interrogarme porque tenía la impresión de pisar terreno conocido. Sí, ya había escrutado, con esta inquietud, objetos innominables, ya había intentado —en vano— pensar algo sobre ellos, y ya había sentido que sus cualidades frías e inertes se hurtaban, se deslizaban entre mis dedos.   ...  Turbios: eso es lo que eran los sonidos, los perfumes, los sabores. Cuando corrían rápidamente, como liebres, delante de las narices, y no se les prestaba demasiada atención, podía considerárselos muy simples y tranquilizadores, podía creerse que había en el mundo verdadero azul, verdadero rojo, un verdadero olor a almendra o a violeta. Peto al retenerlos un instante, este sentimiento de confort y de seguridad cedía el sitio a un profundo malestar: los colores, los olores, los sabores nunca eran verdaderos, nunca simplemente ellos y nada más que ellos mismos. La cualidad más simple, la más indescomponible tenía de más en sí misma, con respecto a sí misma, en su corazón. Aquel negro, allí, junto a mi pie, no parecía ser negro sino más bien el esfuerzo confuso por imaginar el negro de alguien que nunca lo hubiera visto ni hubiera sabido detenerse, de alguien que hubiera imaginado un ser ambiguo, más allá de los colores. Aquello semejabaun color pero también... una magulladura o más bien una secreción, una grasitud —y otra cosa, un, olor por ejemplo; aquello se fundía en olor a tierra mojada, a madera tibia y mojada, el olor negro extendido como un barniz sobre la madera nerviosa, un sabor de fibra masticada, azucarada. Simplemente, yo noveía ese negro; la vista es una invención abstracta, una idea limpia, simplificada, una idea de hombre. Aquel negro, presencia amorfa y floja, desbordaba de lejos la vista, el olfato, el gusto. Pero esta riqueza se convertía en confusión y al fin ya no era nada porque era demasiado.
   Aquel momento fue extraordinario. Yo estaba allí, inmóvil y helado, sumidoen un éxtasis horrible. Pero en el seno mismo de ese éxtasis, acababa de aparecer algo nuevo: yo comprendía la Náusea, la poseía. A decir verdad, no me formulaba mis descubrimientos. Pero creo que ahora me sería fácil expresarlos con palabras. Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejanencontrar, pero nunca es posiblededucirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Sólo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: este jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar, como la otra noche en el Rendez-vous des cheminots; eso es la Náusea; eso es lo que los Cochinos —los del Coteau Vert y los otros— tratan de ocultarse con su idea de derecho. Pero quépobre mentira: nadie tiene derecho; ellos son enteramente gratuitos, como losotros hombres; no logran no sentirse de más. Y en sí mismos, secretamente, estánde más, es decir, son amorfos y vagos, tristes.
   ¿Cuánto tiempo duró esta fascinación? Yo era la raíz de castaño. O más bien yo era, por entero, conciencia de su existencia. Todavía separado de ella —puesto que tenía conciencia— y sin embargo perdido en ella, nada más que ella. Una conciencia incómoda y que no obstante se dejaba llevar con todo su peso, sin apoyo, por ese trozo de madera inerte. El tiempo se había detenido: un charquito negro a mis pies; era imposible que viniera algodespués de aquel momento. Hubiera querido arrancarme a aquel goce atroz, pero ni siquiera imaginaba que tal cosa fuese posible; yo estaba dentro; la cepa nopasaba, permanecía allí en mis ojos, como se atraviesa en un gaznate un trozo demasiado grande. No podía ni aceptarla ni rechazarla. ¿A costa de qué esfuerzo alcé los ojos? ¿Y los alcé siquiera? ¿No me aniquilé más bien durante un instante para renacer en el siguiente con lacabeza echada hacia atrás, mirando hacia arriba? En realidad, no tuve conciencia de un paso. Pero de pronto me resultó imposible pensar la existencia de la raíz. Se había borrado, era inútil que me repitiera: existe, todavía está ahí, bajo el banco, contra mipie derecho: esto ya no significaba nada. La existencia no lo algo que se deja pensar de lejos: es preciso que nos invada bruscamente, que se detenga sobre nosotros, que pese sobre nuestro corazón como una gran bestia inmóvil; si no, no hay absolutamente nada.
Ya no había absolutamente nada, tenía los ojos vacíos, y estaba encantado con mi liberación. Y de golpe, aquello empezó a agitarse delante de mis ojos, con movimientos ligeros e inciertos: el viento sacudía la cima del árbol.
No me disgustaba ver algo en movimiento; me desviaba de todas aquellasexistencias inmóviles que me miraban como ojos fijos. Me decía, siguiendo elbalanceo de las ramas: los movimientos nunca existen del todo, son pasosintermediarios entre dos existencias, tiempos débiles. Me disponía a verlos salir de la nada, madurar progresivamente, abrirse; por fin iba a sorprenderexistencias a punto de nacer.
   Bastaron tres segundos para barrer con todas mis esperanzas. En esas ramas vacilantes que tanteaban a su alrededor como ciegas, no lograba captar “paso” a la existencia. Esta idea de paso era otra invención de los hombres. Una idea demasiado clara. Todas esas agitaciones menudas se aislaban, se asentaban solas. Rebosaban por todas, partes de las ramas y ramitas. Se arremolinaban alrededor de esas manos secas, las envolvían con pequeños ciclones. Claro está, un movimiento era una cosa distinta de un árbol. Pero a pesar de todo era un absoluto. Una cosa. Mis ojos no encontraban jamás sino lo lleno. Allí bullían existencias en las puntas de las ramas, existencias renovadas sin cesar y nunca nacidas. El viento existente venía a posarse en el árbol como una gran mosca; y el árbol se estremecía. Pero el estremecimiento no era una cualidad naciente, un paso de la potencia al acto; era una cosa; una cosa estremecimiento que se escurría en el árbol, se apoderaba de él, lo sacudía y de improviso lo abandonaba, se alejaba para girar sobre sí misma. Todo estaba pleno, todo en acto, no había tiempo débil; todo, hasta el sobresalto más imperceptible, estaba hecho de existencia. Y todos esos existentes que se afanaban alrededor del árbol no venían de ninguna parte ni iban a ninguna parte. De golpe existían y después, de golpe, no existían: la existencia no tiene memoria; no conserva nada de los desaparecidos, ni siquiera un recuerdo. Existencia en todas partes, al infinito, de más siempre y en todas partes; existencia, siempre limitada sólo por la existencia. Me dejé estar en el banco, aturdido, abrumado por esa profusión de seres sin origen; en todas partes eclosiones, florecimientos; me zumbaban de existencia los oídos, mi misma carne palpitaba y se entreabría, se abandonaba a la brotadura universal; era repugnante. “¿Pero por qué, pensaba yo, por qué tantas existencias, si todas se parecen?” ¿A santo de qué tantos árboles todos parecidos, tantas existencias frustradas y obstinadamente recomenzadas y de nuevo frustradas, como los torpes esfuerzos de un insecto caído de espaldas? (Yo era uno de esos esfuerzos.) Esa abundancia no hacía el efecto de generosidad, al contrario.. Era lúgubre, miserable, trabada por sí misma. Esos árboles, esos grandes cuerpos desmañados... Me eché a reír porque pensé de golpe en las primaveras formidables que se describen en los libros, llenas de crujidos, estallidos, eclosiones gigantescas. Había imbéciles que venían a hablar de voluntad de poder y lucha por la vida. ¿No habían mirado nunca un animal o un árbol? 
   ...  ¿Soñé aquella enorme presencia? Estaba allí, posada en el jardín, volcada en los árboles, toda blanda, embadurnándolo todo, espesa como una confitura. ¿Y yo estaba adentro, con todo el jardín? Tenía miedo, pero sobre todo cólera; aquello me parecía tan estúpido, tan fuera de lugar; odiaba esa mermelada innoble. ¡Sí, sí! Aquello subía hasta el cielo, andaba por todas partes, lo llenaba todo con su caída gelatinosa y yo le veía profundidades y profundidades, mucho más lejos que los límites del jardín y las casas y Bouville; ya no estaba en Bouville ni en ninguna parte, flotaba. No me sorprendía, sabía que era el Mundo, el Mundo completamente desnudo el que se mostraba de golpe, y me ahogaba decólera contra ese ser gordo y absurdo. Ni siquiera podía uno preguntarse dedónde salía aquello, todo aquello, ni cómo era que existía un mundo más bienque nada. Aquello no tenía sentido, el mundo estaba presente, en todas partespresente, adelante, atrás. No había habido nadaantes de él. Nada. No habíahabido momento en que hubiera podido no existir. Eso era lo que me irritaba:claro que no había ninguna razón para que existiera esa larva resbaladiza. Pero noera posible que no existiera. Era impensable: para imaginar la nada, era menesterencontrarse allí, en pleno mundo, con los ojos bien abiertos, y viviente; la nadasólo era una idea en mi cabeza, una idea existente que flotaba en esa inmensidad; esa nada no había venidoantes de la existencia, era una existencia como cualquier otra, y aparecida después de muchas otras. Yo gritaba “¡qué porquería, qué porquería!” y me sacudía para desembarazarme de esa porquería pegajosa, pero ella resistía y había tanto, toneladas y toneladas de existencia, indefinidamente; me ahogaba en el fondo de ese inmenso asco. Y entonces, de golpe, el jardín se vació como por un gran agujero, el mundo desapareció de la misma manera que había venido, o bien me desperté; en todo caso, no lo vi más; a mi alrededor quedaba tierra amarilla, de donde brotaban ramas secas, erguidas en el aire.
 Me levanté, salí. Al llegar a la verja, me volví. Entonces el jardín me sonrió. Me apoyé en la verja y miré largo rato. La sonrisa de los árboles, del macizo de laurel quería decir algo; aquél era el verdadero secreto de la existencia. Recordé que un domingo, no hace más de tres semanas, había captado en las cosas una especie de aire de complicidad. ¿Se dirigía a mí? Sentí, fastidiado, que no contaba con ningún medio para comprender. Ningún medio. Sin embargo estaba allí, a la espera, semejante a una mirada. Estaba allí, en el tronco del castaño... erael castaño. Parecía como si las cosas fueran pensamientos que se detenían en el camino, que se olvidaban, que olvidaban lo que habían querido pensar, y permanecían así, saltando, con un sentido pequeño y ridículo que las excedía. Ese pequeño sentido me irritaba; nopodía comprenderlo aunque me quedara setecientos años apoyado en la verja; había conocido Codo lo que podía saber de la existencia. Me fui, y de vuelta en el hotel, escribí esto."